top of page

INICIO     ORIENTACION     ESPECIALIDADES    QUIEN SOY     TARIFAS     CONTACTO     BLOG

Atentado en Barcelona: memorias de una psicóloga en emergencia

  • Foto del escritor: Margherita Massaiu
    Margherita Massaiu
  • 17 ago 2018
  • 6 Min. de lectura


Ha pasado ya un año desde aquel día que muchos no olvidaremos. 

¿Cuántos nos acordamos exactamente dónde estábamos y qué estábamos  haciendo en el momento en que nos enteramos de que algo muy grave y aterrador estaba ocurriendo en la ciudad. En tu ciudad. En la ciudad en la que tu o tus familiares, amigos o conocidos pisan o han pisado por trabajo, viaje, ocio, amor. etc. etc.


En ese momento quizá estabas trabajando, de viaje, descansando, haciendo deporte, paseando, tomando algo en una terracita, dando una vuelta por el centro, de turismo unos días. Y de repente una avalancha de avisos, mensajes, llamadas, noticias, sirenas, ambulancias, desierto, heridos.


Es muy probable que todos nos acordamos qué estábamos haciendo en ese momento. Y en quién hemos pensado justo el instante después, para asegurarnos de que esa persona estuviese bien, para avisarle, para que se pudiera proteger. Es lo normal. Instinto de protección.



Atentado en Barcelona

Justo un mes antes, quizá poco menos, desde el Colegio de Psicólogos nos llegó la invitación a que los que nos formamos en intervención en emergencia y catástrofes para formar parte del dispositivo de soporte en caso de atentado. Invitación acogida enseguida, pensando en a remota posibilidad de que pudiera pasar, y menos en tan poco tiempo desde su creación. Sería mucha casualidad. Poco probable. Sigues adelante como si.


Quizá exactamente como tu, recuerdo perfectamente dónde estaba en ese momento. En mi casa. Un pequeño descanso al mediodía antes de ir a la consulta para las consultas de la tarde. En Sagrada Familia. Un rato tranquilo, sin más. Un vistazo rápido a las redes sociales antes de ponerse en marcha y unos segundos para realizar lo que estaba pasando. Leer varias veces lo mismo, para estar seguro de haber entendido bien. Mirar por varias bandas para comprobar que las noticias fuesen coherentes. Y así era: algo muy sospechosamente parecido a un ataque terrorista estaba en curso en Barcelona.


Primero: ok, estoy bien, estoy en un lugar seguro. Creo. La verdad que no lo puedo saber al 100%, en el fondo.


Segundo: asegurarme de que todo el mundo esté bien, asegurarme de que sepan lo que está pasando, asegurarme de que intenten estar en un lugar – supuestamente – seguro.


Tercero: ¿qué hacer con el trabajo? Vamos. En el fondo no tiene por qué pasar nada. Todavía no hay nada confirmado todavía, hay mucha confusión, ni acaba de pasar, es que está pasando ahora mismo. Decido, voy a la consulta. 


Cuarto: ahora recuerdo que adherí al grupo de intervención en caso de atentados. Ni un mes que lo hemos montado. Recordé unos de los días de formación en el que fuimos a la Ciudad de la Justicia de Barcelona y nos enseñaron la parte que se habilitaría en caso de activación del plan de emergencias con múltiples víctimas. Cuando nos enseñaron aquella pared, pensé "ojalá no se utilice nunca".  Nadie se esperaba algo así. Pero todavía no nos han activado. No sabemos qué va a pasar. Nadie lo sabe.


Realmente. Quizá no hubo ningún primero, segundo, tercero y cuarto punto en ese momento. Es el orden que se puede encontrar con la distancia. En ese momento no podía hacer orden. La emergencia es caos, es incertidumbre, es noticias contradictorias y confusas, es no saber qué hacer ni por dónde empezar. Es la ruptura bruta de la normalidad. Hasta el punto que cuesta creer que de verdad está pasando algo. A tí. Allí. En ese momento. Se llama negación.

Entre los varios mensajes y llamadas que llegan y salen de un teléfono ya colapsado, me piden si se confirman las citas en la consulta. Tras un momento de incertidumbre, decido que sí, claro. No me lo había preguntado antes. Pero digo, no tiene por que pasar nada. No se puede cancelar solo por tener un poco de miedo. Hay que cumplir lo acordado. No tiene por qué pasar nada. 

Preparo todo el material y salgo. Todo el mundo sabe qué estoy bien.


Al salir, un desierto humano, una cantilena continua de sirenas que se cruzan en un concierto desentonado angustias y pocas caras preocupadas que andan con prisa y alerta hacia un lugar supuestamente seguro. No tiene por qué pasar nada. ¿No? Se llama ilusión de control. Un poco forzada, la verdad. 


En ese momento, nuevo mensaje en el móvil. Los desplazamientos, autobuses, metro, se están complicando. A no ser que ya esté de camino, o haya llegado, quizá mejor anular. No me lo había preguntado antes de forma tan clara. Pero por supuesto, anulamos. Lo primero es la seguridad. Y además está todo bloqueado. 

En ese momento está claro que lo que me sale de los pulmones es un suspiro a la idea de poder volver al lugar que yo creía seguro, pero haciendo un camino que quizá tan seguro no era. No hay nada seguro. No sabemos qué va a pasar. Las comunicaciones empiezan a fallar, las sirenas parecen cada vez más y más fuertes, el peligro realmente puede estar en cualquier esquina, miras con atención a todas las pocas personas que te cruzas y ahora eres consciente de que la cara preocupada que anda con prisa y alerta hacia un lugar supuestamente seguro es la tuya. Es el momento en el que mi vulnerabilidad me llega como una gran bofetada y empiezo a sentir el miedo crecer en mi respiración, a cada sirena que oigo, a cada mirada que encuentro, a medida de que el silencio de la ciudad se hace más fuerte. 


Había dicho a todo el mundo que estaba en casa, al seguro. Voy a avisar que ya no lo estoy, que fui, o intenté ir a trabajar. "¿Qué haces en la calle?" "Vuelve a casa" "por qué saliste". Es que…¿Qué?


Llego. Por fin.


Empieza a activarse el grupo de intervención en caso de atentados. Empezamos todos a comunicar qué disponibilidad tenemos y pensar cómo puede cuadrar con nuestra vida "normal".


Notas la paradójica sensación de tu primera activación de ese grupo, que también es la primera intervención de todos en ese grupo. Quizá estés en peligro, pero quieres estar allí. Y tienes miedo. Y estás preocupado por si a alguien al que quieres está en peligro. Es un flujo de emociones que ordenarás después, ahora es el tiempo de la acción, cuándo puedes, cuándo no, para qué, dónde habrá que ir.

Hay que esperar.


Esperas al día después. Cuando llegas a tu trabajo de cada día, como si fuera un día normal. Entre tus compañeros las caras son de aturdidas y muy, muy tristes. 

Algunos han estado allí mientras pasaba todo.

Uno de los compañeros, ha tenido un familiar entre las víctimas.

Recuerdas el ruido de las sirenas y el silencio de la ciudad junto.

Escuchas de cómo han pasado algunos las horas interminables de espera encerrados dentro de una tienda.


Es el relato del pánico. Recuerdas una vez más lo que en todo momento nos planteábamos en la formación en emergencias. Somos psicólogos. Y somos humanos. Tenemos que tener mucho cuidado con ambos. Con nosotros como profesionales y como personas. Y las dos cosas no se pueden separar del todo, y menos en estos momentos. No del todo al menos. Eres un profesional, eres un ciudadano, eres una posible víctima, eres familiar, amigo, conocido de una de ellas o de una persona cercana a ella. De alguna manera, eres tres veces más vulnerable. Pautas de autocuidado para intervinientes en emergencias y desastres.

Finalmente, llega la llamada para participar en el dispositivo de atención a los afectados por el atentado. Confirmo disponibilidad. Me asignan al CUESB, Centre d’Urgències i Emergències Socials de Barcelona. 

Sede del CUESB en Barcelona

Es el día después. Y es el día después para todos. En el que empiezan a salir en las noticias que el objetivo era mucho más alto, posiblemente Sagrada Familia. Vaya. Sobre esa hora, allí por dónde paso prácticamente cada día. Es el momento en el que un escalofrío te da otra bofetada y te hace dar cuenta de que en realidad hubiera podido pasarte algo. A ti. Que no ha pasado. Quizá era a ese escalofrío o a algo parecido cuando nos referíamos al analizar las reacciones de los "supervivientes".


Pongo en pause lo que hubiera podido y lo dejo todo para después, para cuando se termine una de las tardes más intensas de trabajo que he tenido nunca. Es el momento de escuchar. Escuchar de vida y de muerte, de colores rojos y azules, de caos, de sangre, pánico, de casualidades, preguntas sobre lo que hubiera podido pasar si hubiera encontrado ese semáforo en verde y lo encontré rojo y vi lo que me hubiera podido pasar si lo hubiera encontrado verde, si en lugar que a un lado de mi amiga hubiera estado yo al otro lado, de si esa persona a la que gritaba de quitarse de allí me hubiese oído.

La tragedia de lo que ha pasado.

El no poder alegrarse de lo que no ha pasado, porque lo que hubiera podido pasar y no ha pasado de alguna manera sí ha pasado.

 
 
 

Comentarios


Blog

  • whatsapp_318-136418
  • Facebook icono social
  • Icono social LinkedIn
  • Icono social Twitter
  • DOCTORALIA CUADRADO
  • 17191217_1171702602952308_6105240207935442824_n

Maps

Gallery

IMG_1554
IMG_1505
IMG_1469
IMG_1446re
IMG_1414 re

Partners

bottom of page